GRUPO
DE ORACIÓN EN LA RCCE.
“La RCCE está formada por
los grupos de oración, que, en su pluralidad, son sus células básicas. Estos
Grupos se articulan entre sí a nivel diocesano, de provincia eclesiástica y
nacional, animados por el Equipo de servidores
que, con su iniciativa responsable, están siempre al servicio de la unidad, de
la comunión y de la vida, según el espíritu de la Renovación”. (Estatutos de la
RCCE).
El Equipo de servidores del
Grupo está compuesto por un número de miembros no inferior a tres. Es elegido
por los miembros de la RCCE que pertenecen al mismo Grupo. A continuación el
equipo de servidores elige a su Coordinador de entre sus miembros.
¿QUÉ
ES UN GRUPO DE ORACIÓN?
Una de las características
sociológicas más llamativas de R.C. es la formación de grupos. Los que han pasado por la experiencia del
Espíritu, en cualquier población en que se encuentren, se suelen reunir al
menos una vez a la semana para orar juntos durante un espacio de hora y media a
dos horas.
La reunión de oración es
como el corazón de la vida del grupo.
Los grupos de oración en la
R.C. no son grupos de oración devocionales, ni marianos; ni son tampoco grupos
de devoción al Espíritu Santo. En los grupos de oración de la R.C. se desea
vivir una relación profunda con el Espíritu Santo que es la esencia de la vida
cristiana.
Estos grupos son para
nosotros el instrumento y el medio vital en el que nos movemos para caminar y
crecer en el Espíritu. En los grupos se experimenta la presencia del Espíritu
Santo y la vida cristiana.
No hay límite para el número
de los asistentes y los grupos están siempre abiertos a todos los que quieran
participar. No se hace distinción de edades ni de la condición social o
cultural. Se experimenta el pueblo de Dios: sacerdotes, religiosos, laicos,
niños, jóvenes, adultos, ancianos; hombres y mujeres; sanos y enfermos; cuerdos
y locos: todos son bien acogidos, como hermanos que el Señor envía. Todos deben
ser aceptados.
La marcha de la oración no
sigue estructura preestablecida. Según la moción del Espíritu se van conjugando
con cierto orden los diversos elementos que la componen: oración espontánea,
cantos, textos breves y frecuentes de la Palabra de Dios, de acuerdo con la
idea central y el hilo que sigue la oración, silencio compartido, testimonios,
peticiones, mensajes proféticos, oración en lenguas, etc.
Para evitar la dispersión y
mantener la unidad suele haber una persona, o más bien un pequeño equipo, que
de forma discreta dirige la oración. Su función es más bien la de iniciar y
concluir la oración a su debido tiempo, mantener cierto orden y unidad, y, en
caso de necesidad, exhortar y alentar a la asamblea hacia la alabanza al Señor,
procurando que el grupo se centre siempre en la presencia del Señor.
La oración comunitaria sigue
de ordinario el ritmo tradicional de las asambleas cristianas, tal como se
realiza en la celebración de la Eucaristía y en la Liturgia de las horas:
a)
Introducción: acogida, cantos de entrada,
bienvenida e inicio de la oración.
b)
Oración: petición de perdón y paso inmediato
a la alabanza.
c)
Lectura de la Palabra de Dios, silencio y
respuesta.
d)
Catequesis o instrucción y testimonios.
e)
Oración de petición.
La reunión del grupo
responde así a tres objetivos importantes: la alabanza, la instrucción o
enseñanza, la comunión o compartir de unos con otros a través de unas
relaciones sanas.
La colocación externa del
grupo suele ser en forma de círculo, lo cual expresa más el carácter
comunitario y de unidad entre todos y sobre todo la presencia de "Jesús en
medio de nosotros".
La oración adquiere su
expresividad a través de los gestos, como el acompañar los cantos con palmadas,
el levantar los brazos en la alabanza, gestos que a pesar de que los vemos en
la liturgia, y los salmos nos hablan de ellos, no dejan de producir cierta
extrañeza en los que asisten por primera vez. Pero cuando el gesto queda
recuperado, pues también se ora con el cuerpo, el espíritu se expresa con mayor
libertad. Todo el ser de la persona, alma y cuerpo, se eleva hacia Dios,
esperándolo todo de Él.
Los que asisten a un grupo
de oración carismática deben saber que el
Señor no quiere espectadores en su obra de renovación sino colaboradores. Es
decir, todos deben intentar que la alabanza y todo lo demás sea participativo;
así estamos dando al mismo tiempo que recibimos.
LA
ALABANZA.
Una de las características
fundamentales de la RCCE y que toma fuerza en el grupo de oración, es la
Alabanza que se dirige a Dios. Digamos algo sobre ella.
Quizá la alabanza sea la
flor más bella de toda la Renovación Carismática. Es el elemento que más
destaca, tanto en las reuniones de oración como en la oración privada de aquél
que verdaderamente ha entrado en el espíritu y exigencia de la Renovación.
No es una cosa nueva, pues
toda la Biblia, desde los libros del Pentateuco, pasando por los Salmos, y
hasta el Apocalipsis, está rezumando constantemente esta forma de oración
porque "grande es el Señor y muy digno de alabanza" (Sal 96,4). De la
misma manera en la oración oficial de la Iglesia, tanto en la celebración de la
Eucaristía y de los Sacramentos como en la Liturgia de las Horas, predomina la
alabanza y acción de gracias.
Por esto no deja de ser
extraño que el cristiano, elegido para "alabanza de su gloria" (Ef
1,6.12.14), había casi perdido el sentido de la alabanza.
La oración de alabanza es la
expresión de todo lo que el Señor está haciendo en cada uno y también en el
grupo o en la comunidad. Hay verdadera necesidad de cantar las maravillas del
Señor, de alabarle, alegrarnos y regocijarnos con El. Predomina la alabanza
sobre las otras clases de oración (petición, perdón, etc.). La alabanza tiene
una gran fuerza para elevar enseguida el tono del grupo y hacerlo receptivo de
la acción del Espíritu.
Más que las palabras, más o
menos bonitas que se puedan decir, la alabanza es toda una actitud de gozo,
agradecimiento, admiración, anhelo de entrega y de correspondencia ante el
Señor, ante un Dios que se ha compadecido de nosotros, de nuestra miseria y
pequeñez, librándonos "del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del
Hijo de su amor" (Col 1,13). Esto no quiere decir que seamos mejores que
los demás o que lo hubiéramos merecido por nuestra parte: nada de esto viene de
nosotros, "sino que es don de Dios" (Ef 2,8).
No es fácil descubrir lo que
es la alabanza. Solamente aquél que ha experimentado su miseria y se siente
perdonado, curado, amado por el Señor se puede encontrar sobrecogido y admirado
ante Él, y, lo mismo que los que en el Evangelio son liberados y sanados,
experimentará la necesidad de alabar a gritos al Señor, embargado de su amor y
gozo.
La alabanza es una oración
totalmente gratuita. Alabamos al Señor no porque necesitemos algo de Él, sino
porque Él es, "porque es eterno su amor" (Sal 136), y como la Iglesia
le decimos: "Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te
adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios
Padre todopoderoso... "
Es más, hay muchos momentos
que se siente una gran necesidad de alabar a Dios, y entonces la alabanza es un
impulso ardiente del corazón hacia Él, que nos lanza así sacándonos del círculo
de nuestros problemas y preocupaciones para centrarnos en el Señor. Y este es
el secreto del poder liberador de la alabanza, por lo que en los momentos de
contrariedad, de fracaso, de enfermedad y sufrimiento sentimos que más que
pedir a Dios cosas lo que hemos de hacer es alabarle y darle gracias por todo.
Con ello manifestamos al Señor que nos fiamos totalmente de Él, pase lo que
pase, y que nos abandonamos a su amor. Y es entonces cuando Él también responde
de una manera muy concreta.
Los que participan en los
grupos de oración sienten cada vez más la necesidad de crecer en la expresión
de la alabanza, sin inhibiciones ni respetos humanos. Levantar los brazos
responde al anhelo de abrirse y rendirse ante el Señor como niño que se deja
acoger en su abrazo amoroso. Es la forma como oraban los primeros cristianos y
es un gesto que libera el espíritu y ayuda a orar: "así quiero en mi vida
bendecirte, levantar mis manos en tu nombre" (Sal 63,5).
En el grupo hay una gran
espontaneidad y cada uno alaba al Señor no sólo por lo que ha hecho en él, sino
por lo que ve en los demás, y todos acogen y hacen suya la alabanza del
hermano.
Hay momentos en que ésta
adquiere más fuerza y expresión, como cuando cada uno de los participantes, al
mismo tiempo y en voz alta, alaba al Señor espontánea y libremente, bien en su
propia lengua, bien con "oración en lenguas" o cantando suavemente.
Entonces todas las voces se funden como en un coro, que hace pensar en el
sonido de la creación que alaba a Dios, en el ruido suave de muchas aguas. Es
lo que se llama palabra de alabanza.
Esta forma de alabanza crea
enseguida en toda la asamblea un alto grado de unidad, recogimiento y sentido
profundo de la presencia de Dios, disponiendo así a cada uno para interiorizar
todo cuando se vaya diciendo, y muchas veces termina en canto en lenguas o
canto en el espíritu, lo cual no es más que la palabra de alabanza cantada.
Entonces unos cantan en lenguas, quizá con sílabas o sonidos muy simples nada
más, otros cantan en su propia lengua, y la comunión que se crea en el Espíritu
va modulando la armonía del conjunto en ondulaciones, contrapuntos y
disonancias que hasta el músico profesional admira.
Como afirma un famoso
teólogo, "no podemos abarcar ni pronunciar el misterio de Dios con nuestro
lenguaje humano corriente. Pero la oración en lenguas es proferir aquello que
permanece indecible por toda la eternidad" (H. MUHLEN, Catequesis para la
renovación cristiana, Secretariado Trinitario, Salamanca 1979, p.182).